Sobre la Contrición

“¿Quién de vosotros os convencerá a mí de pecado?”

 ¿Quién de nosotros podría hablar de esta manera sin que su conciencia protestara inmediatamente? Por eso, S. Juan nos dice: “si decimos que no tenemos pecado, nos  engañamos a nosotros mismos, y la verdad no esta en nosotros” (I Juan, I, 8).

Por lo mismo, todos nosotros somos pobres pecadores. Pero Nuestro Señor, en su misericordia, preparó para nuestros males un remedio sumamente eficaz, que si nosotros queremos, puede purificarnos de nuestros pecados, y devolver a nuestra alma su inocencia y su hermosura: y este, es el sacramento de la Penitencia.

Sin embargo, se exigen dos condiciones: primero una verdadera y autentica   contrición, misma que incluye, un firme propósito de nunca más pecar, y la voluntad sincera de satisfacer a la divina justicia,  y la siguiente condición será la confesión de esos mismos pecados.

En esta autentica y verdadera contrición, consideremos: 1) Su Naturaleza; 2) Su Necesidad; 3) Sus notas o cualidades; 4) Los medios para obtenerla.

NATURALEZA DE LA CONTRICIÓN

1.- Según el Concilio de Trento, es un dolor del alma y una detestación de los pecados cometidos, con el firme propósito de no cometerlos en adelante.

a) No es, un simple conocimiento del pecado, sino que es un quebrantamiento del corazón, un dolor interior, dolor del alma, como se expresa el Concilio, un pesar íntimo, una pena profunda de haber prevaricado y de haber así ofendido y contristado a Dios.

Ejemplos de una buena y autentica contrición los tenemos en el rey David, San Pedro, Santa María Magdalena, el hijo pródigo. Es importante notar que este dolor debe residir en la voluntad y que no es necesario experimentarlo sensiblemente: las lágrimas exteriores, ni lo constituyen, ni prueban su existencia.

b) Es, además, una detestación sincera, no sólo del pecado en general, o de los pecados de los demás, sino de todos los pecados que ha cometido uno  mismo, o sea nuestros pecados personales.

La contrición es también, un odio y detestación de la vida pasada. Pero tiene que ir acompañada:

2.- Del propósito firme de no pecar más en lo futuro y de comenzar una vida nueva: Vade o “vete, le dijo Jesús a la mujer adultera y ya no peques más” (Jn., VIII, 11). No sin motivo se llama propósito firme, puesto que es la garantía más segura de la sinceridad y de la eficacia de la contrición, y en donde por consiguiente, no hay remisión del pecador.

3.- Cuando este dolor y esta detestación del pecado son causados por el amor sincero que tenemos a Dios y la pena de haberle desagradado, sin pensar en nosotros mismos, tenemos la contrición perfecta, que por si misma e inmediatamente obtiene el perdón del pecado, si bien queda la obligación de confesarlo.

Si, por el contrario, esta detestación y dolor nacen del amor que nos tenemos a nosotros mismos, es decir, el temor de los castigos que hemos merecido, la pena de los bienes, a esta contrición se le llama imperfecta o atrición, que no nos puede justificar sino con el sacramento de la Penitencia o Confesión, y con tal que comprenda también la voluntad de no pecar más, o el firme propósito, y encierre un principio de amor a Dios.

NECESIDAD DE LA CONTRICIÓN

La contrición ha sido siempre necesaria para obtener el perdón de los pecados. Por eso nos dice Nuestro Señor en Lucas, XIII, 5: “Si no hicieres penitencia, todos pereceréis” y en el profeta Joel, II, 12: “ Convertíos a mí de todo corazón, en ayunos, en llanto y en gemidos”. Y rasgad vuestros corazones” Y el Salmo 146, 3: Dios “sana a los de corazón contrito”.

Dice Santo Tomás: “Sin esta contrición no puede ser perdonado ni siquiera un pecado venial, porque la voluntad permanece apegada a él, y permaneciendo la causa, también permanece el efecto”.

La contrición es una parte tan esencial del sacramento de la Penitencia que, donde falta, es completamente inútil la absolución; y el sacramento resulta nulo, o incluso sacrílego, si hay gravedad de materia.

La promesa divina: “Lo que atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt., XVI, 19), sobrentiende evidentemente la necesidad de las disposiciones en el penitente que se quiere someter al poder de la llaves.

Dios Nuestro Señor, a pesar de su infinita indulgencia y misericordia, no ha podido ni querido comprometerse a perdonar al que engaña y se atreve a mentirle sacrílegamente. Su santidad, su justicia y sus demás atributos se oponen a ello.

Es por eso por lo que si la confesión, en ciertas circunstancias, puede omitirse, en el caso de la contrición es absolutamente indispensable y nada la puede suplir: “¿De qué sirve confesar sus pecados—dice S. Gregorio—si el corazón no está contrito y convertido? Confesarse si contrición es levantar el vendaje que cubre la llaga; pero, al mismo tiempo, rehusar aplicar sobre ella el remedio que debe curarla”.

¡Cuántos cristianos hacen malas confesiones porque descuidan la contrición! Hacen tal vez un minucioso examen y olvidan el solicitar la gracia de la contrición, la cual no es menos esencial en el sacramento de la Penitencia que lo es el agua en el Bautismo.

Se declaran los pecados, recitan con los labios un acto de arrepentimiento; pero con el corazón no va al unísono con las palabras; como no es un corazón contrito y humillado, sino que permanece frío e insensible, se sale del confesionario más culpable que cuando había entrado.

¿Por qué fueron justificados el publicano, y Zaqueo? Por su corazón contrito y humillado. ¡Cómo angustian a los confesores las dudas sobre las disposiciones de ciertos penitentes!

CUALIDADES DE LA CONTRICIÓN

Respecto al dolor de lo pasado, la contrición debe ser: interior, sobrenatural, suma y universal.

INTERIOR.- Es decir, en la voluntad; la voluntad es la que ha pecado, ella es, pues, la que debe aborrecer el pecado. El remedio se debe aplicar allí donde está la llaga. Ahora bien dice N. Señor “Del corazón salen todos los males, los homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos etc. (Mat., XV, 19).

Porque un acto exterior, de boca, aun acompañado de lágrimas, podrá engañar al sacerdote, pero no a Dios, que ve el fondo del corazón. Saúl no tenía más que una contrición exterior, y no obtuvo el perdón. David tuvo el corazón contrito y humillado, y fue perdonado; asimismo S. Pedro, el Buen Ladrón, etc.

SOBRENATURAL

a).- Primeramente en su principio que debe ser Dios. La verdadera contrición es un don del Espíritu Santo. “Conviérteme y Yo me convertiré” (Jer., XXXI, 18). Dice S. Leonardo: “Es una planta que no crece en nuestro jardín, nos ha de venir del cielo”. Hay que pedirla con fervientes oraciones.

b).-En su motivos. Si éstos son puramente naturales, como la vergüenza, la pérdida del honor, de la libertad, de los bienes, de la salud, etc., no son suficientes para hacer buena y eficaz la contrición. Hablando del temor del infierno, nota S. Leonardo que si uno mismo se limita a este temor, no basta; todo su valor consiste en la influencia que ejerce sobre la voluntad para llevar al culpable a deplorar y detestar su pecado; de lo contrario, éste odiaría la pena, pero no culpa.

Tal fue el dolor de Caín, de Esaú, de los hermanos de José, de Saúl, de Antíoco. Sin embargo, las adversidades temporales pueden contribuir a inspirar al pecador una verdadera contrición. Ejemplos del rey Manasés, de los ninivitas, del hijo pródigo.

Se entiende por motivos sobrenaturales los que se inspiran en la fe, por ej., la pérdida de la gracia y de la amistad de Dios, del cielo, la esclavitud del demonio a que nos reduce el pecado, el miedo del infierno al cual nos expone la rebelión cometida contra Dios; la ingratitud que denota, la Pasión de Jesucristo que renueva, etc. Es preciso, que nuestro dolor de haber ofendido a Dios proceda del alguno de estos motivos o de otros semejantes. Pero, ¡cuántos, desgraciadamente, no ponen en esto toda la atención suficiente!

DEBE SER SUMA

Es decir, hay que estar con más pesar de haber ultrajado a Dios que todos los males que nos pueden suceder, como el hijo que ama a su padre deplora sobre todo la desgracia de haberlo contristado con una desobediencia.

El pesar ha de ser proporcionado a la injuria hecha a Dios, al bien que nos ha hecho perder, a la desgracia en que nos precipita; ahora bien, ¿Cuál es esta injuria? Y ¿qué dolor puede igualar al de un alma que, por haber desobedecido a Dios, ha perdido el cielo y merecido el infierno?

Por ello, es necesario, pues, detestar el pecado más que todo otro mal, y estar prontos a sacrificarlo todo antes que ofender de nuevo al Señor. Ahí tenemos los ejemplos del dolor de David, de S. Pedro, de la Magdalena.

UNIVERSAL

Es decir, que se extienda a todos los pecados, por lo menos a los mortales sin excepción alguna. Así como como dice el profeta Ezequiel, XVIII, 31: “Arrojad de sobre vosotros todas la iniquidades que cometéis y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo”. Porque si el corazón queda todavía apegado a uno solo de ellos, aunque deteste a los demás, la contrición es falsa e ilusoria.

Un pecado mortal basta para separarnos de Dios, y no podemos al mismo tiempo estar unidos y separados, ser amigos y enemigos, inocentes y culpables. La verdadera contrición no deja de deplorar pecado alguno, de castigarlo, de tenerle horror.

¡De cuántos penitentes es falsa la contrición, por que no se quieren despojar de tan mal hábito, porque conservan mucho afecto por tal pecado! Son como Saúl exceptuando al rey Agag; como Cromacio quemando todos sus ídolos menos uno.

EL PROPÓSITO DEBE SER:

SINCERO. Es decir, que proceda, no simplemente de la boca, sino del corazón. La experiencia del pasado puede hacer temer nuevas caídas; pero debe templar este temor una gran confianza en el socorro de Dios y en la virtud del sacramento bien recibido. La consecuencia inmediata de esta sinceridad del propósito será la huida de las ocasiones en que anteriormente se había sucumbido.

FIRME. Es decir, que parta de una voluntad bien resuelta a no pecar más. Nada de veleidades. No limitarse a decir. Querría, procurare, si puedo. Sino con un Quiero con firmeza.

UNIVERSAL. Esto es, que se extienda a todos los pecados mortales, por las razones expresadas antes a propósito de la contrición.

EFICAZ. Que el pecador ponga manos a la obra sin dilación y emplee seriamente los medios, ya de evitar una ocasión peligrosa, ya de cumplir un deber descuidado. Debemos, vaciar  el corazón del apego al pecado, como el que derrama un vaso de agua: derramada ésta, no hay ya esperanza de recogerla. Así es preciso acabar con el pecado.

Un propósito revestido de estas cuatro cualidades sería la ruina de los malos hábitos, y pronto llevaría al alma al grado de virtud y de perfección de donde  sus pecados la habían precipitado.

Mientras que los deplorables afectos de una mala costumbre son hacer más numerosas y más fáciles las caídas y la conversión más difícil.

Las ventajas y felices resultados del propósito firme, sincero y eficaz, son disminuir la frecuencia y la gravedad de las faltas y ayudar maravillosamente a la enmienda de la vida.

LAS SEÑALES DE UNA BUENA CONTRICIÓN

A.- En la humildad profunda con que uno se confiesa; tal fue la del publicano, la del hijo pródigo.

B.- En la aceptación sencilla y generosa de la penitencia y de la satisfacción impuestas. Sumisión de David, del emperador Teodosio.

C.- En guardar un recuerdo doloroso de las propias faltas, Así como decía David en el Salmo 50 5: “Mi pecado esta siempre contra mi”.

D.- En los esfuerzos que se hacen para corregirse y perseverar; porque una verdadera contrición y un verdadero propósito no pueden ser caprichos de niño, que cambian al menor soplo y se disipan tan pronto como se conciben.

E.- En los frutos que se siguen a la confesión: la vigilancia, la reparación de los pecados, la reprensión de los malos hábitos, una vida desde entonces santa y fecunda en buenas obras: “Por sus frutos los conoceréis” nos dice Nuestro Señor en S. Mateo, VII, 16.

MEDIOS DE OBTENER LA CONTRICIÓN

Pedirla a Dios, puesto que es un don del Espíritu Santo; oraciones y buenas obras; el recurso a Nuestra Señora de los Dolores.

Renunciar al pecado, que es el mayor obstáculo del arrepentimiento. Como se escribe en S. Mt., III, 3: “Preparar el camino del Señor, haced rectas sus sendas”. Dios quiere ayudarnos, pero no quiere salvarnos sin nosotros. Es por eso que dice San Agustín: “El que creo sin ti, no te salvará sin ti”.

Considerar seriamente los motivos sobrenaturales de la contrición, la malicia y los efectos del pecado con relación a Dios, a nosotros mismos, a la Iglesia, a Jesucristo: acordarse de los novísimos (La muerte, el juicio, el infierno y la gloria);  meditar la Pasión; hacer tres estaciones: una en el infierno, en el cielo, en el Calvario.

Por último, pongamos todo nuestro cuidado en excitarnos a un dolor de nuestros pecados y que este sea sincero y profundo. Ya que sin una verdadera contrición, no hay perdón de los pecados. Examinémonos en este punto en nuestras confesiones pasadas. Quiera el Señor que tengamos los sentimientos de arrepentimiento del rey David, de la Magdalena, de S. Pedro, y que merezcamos oír aquellas dulces palabras: “Tus pecados te son perdonados. ¡Vete en paz! (Lc., V, 20; VII, 50).

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Mons. Martin Davila Gandara