Sobre la existencia de los demonios

Un día fue presentado a Jesucristo un endemoniado que era mudo (Luc., XI, 14). Jesús le libró del demonio, le restituyó el habla: el mudo habló; las turbas quedaron asombradas.

En este evento, el divino Maestro se encuentra frente a dos clases de personas, los escribas y fariseos, que lanzaron sobre El una horrible calumnia diciendo que: Arrojaba los demonios por Belzebú su jefe; y el pueblo, sencillo y bueno que admira el prodigio y tributa a Jesús un coro de bendiciones.

SOBRE EL DEMONIO. 

La escuela racionalista ha hecho de este ser malvado un mito, una leyenda, una fábula. Para este tipo de personas supuestamente instruidas, hablar del demonio, o de enfermedades ocasionadas por el demonio, es exponerse al ridículo o una mal disimulada compasión. Pero contra éstos está el Evangelio que es revelación divina, pero aun si se considera humanamente como libro, merece nuestra fe.

¿EXISTE EL DEMONIO?

Si. Todos los pueblos lo han afirmado, la humanidad ha creído siempre en la existencia de este genio del mal y del desorden, y algunos las consideran como: “Divinidades crueles, funestas y sin piedad: Y les nombran: dirae, infautae, immanesque, deitates. ¿Sus fiestas? Bacanales, saturnales, lupercales, solemnidades afrodisíacas. ¿Su culto? Desenfrenos, orgías, sacrificios humanos. ¿Sus sacramentos? Prácticas tenebrosas de teúrgia, de magia, de encantamientos, de sortilegios“.

Existe el demonio: lo proclama la Sagrada Escritura. Nos habla del ángel caído. Esto lo sabe hasta un niño inteligente del catecismo, que si se le pregunta: ¿Quién creó los ángeles? Seguro que responderá que Dios, y si se le pregunta  ¿Quién creó el demonio? Contestará sencillamente: Dios creó el ángel y el ángel por sí mismo se hizo demonio.

La Sagrada Escritura nos lo muestra allá en el Edén, que se arrastra insidioso y falaz. Seduce a nuestro primeros padres, arma a Caín contra Abel, suscita la corrupción antes del diluvio, habla, obra por medio de falsos profetas.

Existe el demonio: Jesucristo le llama: príncipe de este mundo; en el desierto, lo aleja de Sí con aquella valiente intimidación: Vade retro Satana! (Apártate y retirate satanás) Es imposible destruir con una simple negación el depósito intelectual y moral de tantos siglos.

Existe el demonio: lo atestigua el corazón humano. El hombre fue hecho para el bien. Pero un poeta pagano, decía justamente: Veo lo mejor, y en la prueba, sigo lo peor. Esta tendencia al mal es consecuencia de la primera caída o sea la del pecado original.

Pero aun hay otro hecho: hay hombres que rinden tributo al mal, aun cuando el mal se presente con su horrenda y terrorífica realidad. ¿Cómo se explica, por ejemplo, la blasfemia que para algunos es el lenguaje común y ordinario? ¿Cómo se explica el odio a Dios, la impiedad que cada día más y más se acentúa y se agudiza?

¿Cómo se explica, que haya hombres poderosos, dinamiteros, que destruyen y matan por el solo gusto de destruir y de matar? ¿Cómo se explican esas turbas sedientas de sangre y exterminio que quieren el mal por el mal, y se esfuerzan en despoblar el cielo y despojar la tierra de todo bien?

Son degeneraciones bestiales, siendo tristes efectos de una causa aún más triste, que no puede ser otra cosa que el poder del demonio, incluso la razón, conmovida e indignada, grita: Todo esto es satánico y diabólico. ¿Cómo se explica el odio a Cristo, a su Iglesia?

Pero aun hay otro hecho: hay hombres que se ofrecen en sacrificios al mal: los anarquistas, los nihilistas, que se lanzan a una muerte cierta con tal de cometer un crimen. ¿Por quién son movidos y guiados?  Sino, por el demonio.

Si; existe el demonio, y nos lo aseguran los misioneros católicos.  Ya que, todavía pesa sobre inmensas regiones la tiranía del demonio, a pesar de la globalización imperante; hay naciones enteras que yacen embrutecidas y esclavizadas entre hechizos de Satanás y  de sus representantes.

Su existencia es una de aquellas creencias instintivas que son inseparables de la naturaleza humana. Esto es una verdad, que quien muestra no creer en los demonios termina en la superstición, esto es, como ver demonios por todas partes.

Ahí tenemos el ejemplo de Berlín, en sus buenos tiempos, la capital del protestantismo, estaba inundada de embaucadores, de tal modo, que un adagio alemán dice: “Quién no cree en Dios, cree en los espíritus”, esto en otras palabras se puede traducir como: “Quien no es creyente es crédulo”.

Por último, la existencia del demonio, al buen católico no lo debe de espantar, ya que es un ángel, aunque malvado, no deja de ser una criatura; ya que, el que manda siempre es el Creador que es Dios, las criaturas solo hacen, lo que les permite el Creador. Por los mismo no hay que temerle a la criatura sino a Dios que es el Creador.

Mons. Martin Davila Gandara